No sé si es el eclipse que me tiene así, inquieta. O simplemente la catarvada de malas noticias. O el intentar aparentar que todo sigue como siempre.
Me gustaría volver a la normalidad de antes. Esa, en la que andaba un poco dormida, creyendo que tenía todo el tiempo del mundo. Pero se ve que el universo se ha empecinado en que esto no sea posible. Más de un año de pandemia, enrostrándome día a día la posibilidad del fin. Y me la hace difícil, no deja que mire para otro lado.
La muerte siempre está ahí. La miremos o no. Podemos sentirla como amenaza. O podemos percibirla como recordatorio. De lo efímero, lo transitorio, lo imprevisible. Pero siempre de lo inevitable.
Y también me pone frente a frente con la certeza. La única certeza posible. Hoy estoy viva.
Y hoy aún hay tiempo.
Tiempo de decirte viejo que te quiero y que te agradezco tu manera resiliente de vivir tus días.
Tiempo de decirte Lu que con vos aprendí como se ensancha el pecho cuando el amor es Amor.
Tiempo de decirte José, que más allá de todo, te volvería a elegir para que seas mi compañero.
Tiempo de decirte Nati que no es necesario hablar para acompañarnos. Pero qué lindo es cuando lo hacemos.
Tiempo de decirle a mis sobris que la tía no sabe jugar, que es un poco aburrida. Pero que mientras respire va a estar ahí.
Tiempo de decirle a todos mis amig@s (son muchos, gracias a Dios) que los buenos tiempos no serían tan buenos sin uds. Y los pesares insoportables si no hubieran sido compartidos.
Tiempo de decirle a mi tía Irma que sus luchas siempre han sido un recordatorio de dónde vengo. Y si uno no conoce su origen, difícilmente tenga destino.
Hoy me levanté así, inquieta. Pero decidida a no dejar nada pendiente. A reírme a carcajadas. A llorar a los gritos. A maravillarme con la belleza de lo que me rodea. A amar con cuerpo, mente y alma.
Porque estoy viva. Y aún tengo tiempo.
Pero no tanto como para vivir a medias.