Ayer estaba escuchando a @nodieta_katz hablando sobre el veganismo. De más está decir que la admiro profundamente. Y dejó una observación que (adivinen) me hizo pensar. Dijo que una de las razones más comunes (estudios científicos de por medio) por la que las personas deciden adoptar patrones alimentarios tan restrictivos, es que en épocas de incertidumbre, da certeza. Alguna falsa sensación de control, de decidir. Y de sentar bases para construir. Identidad.
Y entonces me vi a mis veintipico. Por esos tiempos, había pateado el tablero. No podía hacer pie en nada, porque mi vida había sido intervenida por Ralph el demoledor. Entonces se me dio por ser ovovegetariana. Los lácteos también me los prohibí porque en ese momento los consideraba invento del diablo. De más está decir que nunca fui a consultar al nutricionista. Estaba en búsqueda, y sentía que ser vegetariana era más espiritual (aún hay una parte mía que lo cree).
Así fue que me plante unas columnas verdes sobre mi piso de arena, y sobre ellas me cree una identidad. ” Hola , soy Paola. Muy espiritual y vegetariana”. Algo que desde afuera diera estructura a la gelatina interna que sentía.
No es novedad que una construcción sin cimientos, al primer viento fuerte se desmorona. Si lo sabrán dos de los tres chanchitos. Así que al poquito tiempo me descubrí soñando que comía un bife de chorizo. Tenía una anemia galopante. Un triste final para mí fugaz paso por el vegetarianismo espiritual que había inventado.
Obviamente estaba atravesando una etapa Rock Water (no fue la única). No fue tanto el déficit nutricional, sino la manera en que lo encaré lo que me llevó al desastre. Ante la nada, imprevisible y atemorizante, puse la perfección como meta. Y es un saber culturalmente establecido que para lograrlo hay que hacer sacrificios. Ojo con el placer, que nos desvía del camino. En forma de bife en mi caso.
La disciplina en sí misma es una virtud, pero con espacio para el disfrute. Si no es autoflagelo.
De nada sirve tener una meta, si no disfrutamos el proceso de llegar a ella.
Porque no nos olvidemos que es ese viaje lo que nos ocupará la mayor parte de nuestro tiempo.
A fluir, como el agua de roca.