Seguro que alguna vez viste al menos una peli de Robin Hood. En mi caso, el que más recuerdo, es al bombón de Kevin Costner en su apogeo, un poco rebelde, otro poco irreverente pero justiciero al mango. Es difícil no empatizar con su romantizado Robin. Porque quién no se siente un poco identificado con su postura antisistema?
Pero (si si, siempre hay un pero) pongámonos en situación. Este muchacho vuelve después de años de luchar en Tierra Santa ( acá ya nos va dando algunas pistas de su naturaleza), y lo está esperando la gloria que en su mente merece?
NOOOO! Todo lo opuesto. Sus tierras quemadas, su padre asesinado y por si esto fuera poco, su novia ( que debía esperarlo cuál Penélope) con otro. Lo lógico seria que explotara de ira. Pero no, se transforma en un justiciero que lucha por defender a los demás, que según su visión son desvalidos.
Estoy hablando de Robin Hood. Pero en realidad me estoy refiriendo a Vervain. Y a ésta naturaleza le cuesta conectar con la ira que siente. Es más, se disfraza de afán de justicia y su venganza es vista como reparación. No importa si hay excesos ni si por conseguir sus ideales alguien sale lastimado.
Lo único que tiene valor verdadero es la causa que persigue. Salvar al rey Ricardo, padre idealizado, que vaya a saber por qué descuidó a su pueblo. Que sería más importante para un padre que cuidar a su hijo?
Vervain detesta haber sido abandonado. Pero tapa sin procesar. Idealiza a ese padre que lo abandonó, y su odio inconsciente se transforma en síntoma.
Pasa en las películas, pasa en la vida.